Los guardias fronterizos en seguida se pusieron nerviosos.

La nube de polvo era visible desde varias millas y a medida que se acercaba se podían distinguir los reflejos del sol en metal bruñido, señal inequívoca de que eran personas armadas.

¿era la hora?¿finalmente iba a suceder?¿Era este el temido ejercito con el que Midgard destruiría a la Encomienda?

Imprimiendo velocidad a sus corceles y con plegarias a la virgen en sus labios, varios mensajeros fueron enviados a Santiago del Maestre para avisar al rey Enrique.

Cuando la noticia llegó a la capital, el rey no pidió más explicaciones y ordeno a las tropas que esperaban en la ciudad que emprendieran la marcha, sin embargo a mitad de camino fue interceptado por otro mensajero que le explico una situación totalmente diferente a la esperada.

En la frontera no había ningún ejercito armado de Midgard ni de ninguna otra nación, sino casi 2000 cristianos exiliados provenientes de Loperia, las ruinas de Heliopolis y las Tierras Baldias escoltados por los guardias negros del Concilio.

El rey selecciono unos pocos para que hablaran con el y durante una noche entera los delegados cristianos narraron al rey las experiencias y las persecuciones a las que habían sido sometidos durante los últimos años, estigmatizados, recluidos y condenados, ahora finalmente habían conseguido escapar gracias a la decadencia que asolaba Midgard.

Al despuntar el alba del nuevo día, el rey accedió a acogerlos en la Encomienda, una tierra de justicia y piedad prometiéndoles además que reconquistaría esas tierras cristianas caídas en manos paganas.

Por nuestro señor y la Encomienda!!